martes, 31 de agosto de 2010

Memento mori

Memento mori es una frase en latín que significa: “Recuerda que eres mortal (y no un Dios)”. La expresión era utilizada en la Roma antigua. Cuando un general desfilaba victorioso por las calles de Roma, existía la costumbre de que un esclavo sostuviera por encima de su cabeza la corona de laureles (que representaba el triunfo y la victoria), susurrándole al oído, en medio de las aclamaciones de la multitud, la sabia frase para recordarle las limitaciones de la naturaleza humana. Tan extendida estaba esa sabia costumbre que como un gesto simbólico de confianza el Senado otorgó a Octavio César el privilegio de portar la corona de laureles sobre su cabeza.

Los romanos, conocedores de lo que el poder y la victoria pueden hacer con la naturaleza humana, idearon este sistema para evitar que quienes los detentaban enloquecieran por su causa. A pesar de que la sabia costumbre está en desuso; la necesidad de que nos recuerden que somos mortales, sigue tan vigente como en las épocas romanas. Todos en algún momento de nuestra vida, necesitamos que nos susurren: Memento mori.

Pocas drogas causan tanta adicción y generan tantos cambios en la personalidad como el poder y el éxito. Por efímeros que sean. El tener los reflectores encima, de manera casi instantánea, provoca la creencia (errónea, por supuesto) de que nos hemos transformado en semidioses, que el mundo no nos merece y que podemos hacer o decir lo que sea. ¡Locura total! Personas que solían ser amables, se transforman en auténticos gandallas al poco tiempo de tener un reflector encima. Productores de televisión, asistentes de empresarios y entrenadores de deportistas, por citar a algunos, pueden contar infinitas historias al respecto.

Profundamente democrática, esta adicción no respeta género, edad o condición. Cualquiera puede caer en ella, ya sea momentáneamente o por muchos años lo que la hace tan muy peligrosa. Para complicar las cosas, los “reflectores” vienen en diversas formas, tamaños y colores, todos pueden encontrar el suyo. Para algunos, su reflector será la silla presidencial, para otros obtener un puesto laboral, etc.

Estos aires de grandeza no llevan a nada bueno. Bajo los efectos de esta potente droga, hemos visto a lo largo de la historia a un sin fin de grandes personajes cometer atrocidades, abusos, realizar declaraciones absurdas y actos que rayan en la locura o plena estupidez. Hoy en día, si bien no tenemos generales romanos, no es difícil ver ejemplos de políticos, actores, deportistas, gerentes de empresa, desubicadas por el poder, por poco que este sea. Parecería que muchos de ellos tienen un esclavo susurrándoles justamente lo contrario: “Recuerda que eres Dios”.

Hoy, otorgamos la corona de laureles a gobernantes, artistas, deportistas, empresarios, pero sin el esclavo que recuerde lo efímero de la fama y nuestra naturaleza humana. Quizá sea un buen momento para retomar esta sabia costumbre romana y recordar que la vida da muchas vueltas y que no somos otra cosa más que simples mortales. Repitamos: Memento mori, Memento mori

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