jueves, 17 de diciembre de 2009

Investidura de caballero

Los caballeros eran guerreros a caballo de la Europa medieval que servían al rey o a otro señor feudal como retribución habitual por la tenencia de una parcela de tierra, aunque también por dinero, como tropa mercenaria. El caballero era por lo general un hombre de noble cuna que, habiendo servido como paje y escudero, era luego ceremonialmente ascendido por sus superiores al rango de caballero. Durante la ceremonia, el aspirante solía prestar juramento de ser valiente, leal y cortés, así como de proteger a los indefensos.

Acto de nombramiento

El aspirante, en primer lugar, debía pasar el día anterior en vigilia, además de estar vestido con las piezas de la armadura puestas, para lo cual era ayudado. Además tenía que tener una limpieza tanto física (paños y cuerpo), como espiritual (ser puro de corazón). En ese estado de recogimiento que debía ser el de la vigilia, se le informaba de todo los trabajos y sufrimientos que habría de pasar al tomar la caballería. Acto seguido se ponía a orar de rodillas, pidiendo el perdón de sus pecados y la asistencia divina en la tarea que se le iba a presentar.

Así se suponía que también pasaba la noche. En la mañana de la investidura se volvía a arreglar y descansaba brevemente en una cama. Acto seguido pasaba a oír misa.

Una vez concluída la misma se presentaba ante él, el que le había de armarle caballero y le interrogaba de su disposición a la investidura. Ante la respuesta afirmativa le ayudaba a calzarse las espuelas, y le ceñía la espada.

Una vez concluidos todos los preparativos previos, y con la espada desenvainada se trasladaba, si haceía falta, al lugar de la ceremonia donde se procedía a realizar un juramento triple: no dudar en morir por su ley (fe cristiana), por su señor natural, y por su tierra.

Una vez pronunciado el juramento se le daba la pescozada, para que no olvidara lo que había jurado. Al tiempo, los oficiantes y el postulante pedían a Dios que no les permitiera olvidarlo.

El siguiente rito era el de ceñir la espada. Recordemos que la espada había quedado desenvainada. Ahora, el padrino de armas, era el que le ceñía de nuevo la espada al caballero novel. Este padrino podía ser su señor natural, un caballero honrado o un caballero bueno de armas. Por último ya sólo quedaba festejarlo con un gran banquete e incluso con algún torneo (aunque lo prohibiese la iglesia), coincidiendo con fechas señaladas en el calendario. Y el resto es historia...

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